FRANCISCO ÁLVAREZ, SOLISTA DE LA OSIC
La
Orquesta Sinfónica del
Congreso Nacional realizará, este
jueves a las 20:30, su Séptimo Concierto del Ciclo Oficial
Internacional 2019, en el Teatro Municipal “Ignacio A. Pane”, con
dirección del maestro Diego Sánchez Haase. El
acceso es gratuito.
El programa denominado “Los
genios musicales de Alemania y Rusia” propone
un repertorio que incluye obras cumbres del sinfonismo universal. Se
presentará como solista el joven violoncellista Francisco
Álvarez.
Mónica Laneri
¿Quiénes
son los niños y niñas
que sobreviven
en nuestras calles? ¿Cómo
hacen? ¿Qué será de ellos mañana? Acaso,
¿tendrán mañana? Francisco
Álvarez fue uno más en los
alrededores de la Terminal.
Prefirió las calles al
infierno que era su hogar. Pequeño
pero decidido, con nueve años escapó de casa. Finalmente, encontró
gente buena e hizo de la
música su hogar. No es la
historia de todos pero podría ser la de cualquiera.
Buscando
a Don Bosco
“Quiero
hablar con Don Bosco”, pidió una tarde de domingo, tras días de
buscar la ubicación del hogar infantil en la zona de la Terminal.
Tenía solo nueve años y quería hablar con la persona más
importante de “Don Bosco Roga”. El adulto que le recibió le
explicó que San Juan Bosco, fundador de la Congregación Salesiana,
había fallecido 150 años atrás. De todos modos, le dijo que lo
atendería su representante.
Para
Francisco Álvarez nada había sido fácil. El amor y la familia no
fueron una constante. Lejos de desanimarse, se acostumbró
rápidamente a observar y recibir lecciones valiosas de la vida.
“Estuve en muchas casas con diferentes familias. También tenía
que cambiar de escuela y ciudad con frecuencia”, comenta. Fue así
como descubrió que las personas más formadas y educadas tenían el
temperamento tranquilo y no eran violentas con los más débiles.
Acostumbrado a los maltratos, ya de pequeño decidió que él quería
ser como esa gente instruida. “Estando con una familia que tenía
una pensión en Fuerte Olimpo (Chaco), conocí a toda clase de gente.
Un día llegó una escritora que leía muchos libros y tomaba té
que ella misma había llevado”, relata. Francisco no conocía el
té, nadie que él conociera tomaba té. La imagen de esa mujer hasta
hoy desconocida para él, lo impulsó aún más en su objetivo de
estudiar para ser una persona educada.
Vida
dura, gente dura
“No
culpo a mi madre”, dice Francisco, al recordar a quien lo tuviera
muy joven, abrigando sentimientos de rabia contra el padre de su
bebé, los que descargaba contra el inocente hijo de ambos. “Decía
que me parecía mucho a él”, agrega. Trasladándose con frecuencia
por trabajo, lo dejaba con diferentes familias. Cuando él comenzaba
a sentirse a gusto, lo buscaba para dejarlo nuevamente con otra
familia. “Ella decía que yo no merecía nada. No tenía permitido
ni mirarla a los ojos. Parecía que no quería que sea feliz”,
cuenta sin amargura pero con los ojos brillosos. A su madre la
consumió hace muchos años el cáncer. “Hasta el final su vida fue
muy difícil”, la disculpa. Cuando lo llevó definitivamente con
ella al Chaco, a la casa familiar, Francisco no soportó la tensión
y violencia. Preparó su mochila con ropa y se las ingenió para
llegar a Asunción en donde tenía la esperanza de sobrevivir con
mayor facilidad en las calles. Cualquier cosa menos el infierno que
conocía como hogar.
Durante un par de meses aguantó con la comida que le
daba la propietaria de un copetín, a la que ayudaba en algunas
tareas de limpieza. De tardecita, tomaba su mochila e iba hasta la
Terminal en donde fingía esperar algún bus para así dormir en los
bancos de espera. Cuando se enteró de la existencia de un hogar para
niños como él, buscó incansable durante días, “peinando” de a
quince cuadras la zona.
A
pesar de haberlo recibido, en Don Bosco Roga no tardaron en averiguar
que no lo habían echado de la casa. Entonces le dieron dinero para
el pasaje y lo mandaron nuevamente junto a su familia. Francisco
fingió resignarse pero se bajó del bus a medio camino, en
Concepción, y regresó a las calles de la Terminal, en donde
continuó como antes. Parecía que Don Bosco no lo había escuchado.
Sin embargo, un día el sacerdote encargado del hogar se cruzó con
él. Sorprendido, Francisco le dijo que nuevamente lo echaron de
casa. Esta vez le permitieron quedarse.
Muy
chico para un instrumento tan grande
En
Don Bosco Roga, Francisco se acercó a los instrumentos musicales por
primera vez. Además de tomar el té y leer libros, quería tocar el
más grande de ellos. “Sos muy chico para el contrabajo”, le
respondieron, “mientras crecés podés tocar el violoncello”. Se
resignó sin imaginar que a sus once años estaba descubriendo el
instrumento que lo apartaría definitivamente de las calles y de un
destino incierto.
De
eso ya pasaron años. Siempre le puso ganas al estudio y se enamoró
del violoncello. “A la mayoría de mis compañeros del hogar no les
gustaba tanto estudiar, no eran como yo. Seguramente tuvieron vidas
más duras que la mía”, señala. De los estudios en Don Bosco Roga
pasó al Instituto Municipal de Arte (IMA). Con 16 años audicionó y
fue admitido en la Orquesta Sinfónica de Uninorte. Al perder su
condición de insolvente debió abandonar el hogar para habituarse a
una vida independiente. Estudió Música en la FADA y fue parte de la
Orquesta Sinfónica Nacional. Actualmente integra la OSIC. Si bien ya
realizó estudios en Alemania, su sueño es poder formarse a largo
plazo en el exterior. “No puedo postular a BECAL porque no incluye
estudios de Arte”, responde ante la referencia al organismo estatal
que beca a estudiantes de Paraguay. Actualmente se encuentra
preseleccionado para integrar la Orquesta Sinfónica del Teatro
Colón, en Buenos Aires.
Ir
tras los sueños
“La
vida no es fácil pero lo importante es no quedarse quieto, saber
moverse”, concluye el músico de 25 años. Y como si lo confirmara,
su rol de solista en el próximo concierto de la OSIC, desafía a una
de las composiciones más virtuosas y complejas de R. Schumann
(1810-1856).
Se
trata del Concierto para violoncello y orquesta Op.
129, en La menor (Nicht zu schnell, Langsam, Sehr lebhaft), a la que
el solista describe como impregnada de la locura que tiempo después
impediría al gran compositor seguir creando. “Esta es una obra con
la que no basta dominar la técnica. Es necesario comprender qué hay
detrás de ella; todo lo que experimentaba en su interior el autor”;
señala al referirse a la “bipolaridad” que nota en los bruscos
cambios de ritmo en la pieza musical. Y no es casualidad que haya
elegido presentarse con una composición difícil. “Con este tipo
de obras uno puede audicionar en el exterior”, afirma mientras
sonríe, de seguro una vez más dispuesto a cumplir sus sueños.
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