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miércoles, 9 de octubre de 2019

Cuando la música se hace hogar



FRANCISCO ÁLVAREZ, SOLISTA DE LA OSIC
 La Orquesta Sinfónica del Congreso Nacional realizará, este jueves a las 20:30, su Séptimo Concierto del Ciclo Oficial Internacional 2019, en el Teatro Municipal “Ignacio A. Pane”, con dirección del maestro Diego Sánchez Haase. El acceso es gratuito. El programa denominadoLos genios musicales de Alemania y Rusiapropone un repertorio que incluye obras cumbres del sinfonismo universal. Se presentará como solista el joven violoncellista Francisco Álvarez.
Mónica Laneri
¿Quiénes son los niños y niñas que sobreviven en nuestras calles? ¿Cómo hacen? ¿Qué será de ellos mañana? Acaso, ¿tendrán mañana? Francisco Álvarez fue uno más en los alrededores de la Terminal. Prefirió las calles al infierno que era su hogar. Pequeño pero decidido, con nueve años escapó de casa. Finalmente, encontró gente buena e hizo de la música su hogar. No es la historia de todos pero podría ser la de cualquiera.
Buscando a Don Bosco
Quiero hablar con Don Bosco”, pidió una tarde de domingo, tras días de buscar la ubicación del hogar infantil en la zona de la Terminal. Tenía solo nueve años y quería hablar con la persona más importante de “Don Bosco Roga”. El adulto que le recibió le explicó que San Juan Bosco, fundador de la Congregación Salesiana, había fallecido 150 años atrás. De todos modos, le dijo que lo atendería su representante.
Para Francisco Álvarez nada había sido fácil. El amor y la familia no fueron una constante. Lejos de desanimarse, se acostumbró rápidamente a observar y recibir lecciones valiosas de la vida. “Estuve en muchas casas con diferentes familias. También tenía que cambiar de escuela y ciudad con frecuencia”, comenta. Fue así como descubrió que las personas más formadas y educadas tenían el temperamento tranquilo y no eran violentas con los más débiles. Acostumbrado a los maltratos, ya de pequeño decidió que él quería ser como esa gente instruida. “Estando con una familia que tenía una pensión en Fuerte Olimpo (Chaco), conocí a toda clase de gente. Un día llegó una escritora que leía muchos libros y tomaba té que ella misma había llevado”, relata. Francisco no conocía el té, nadie que él conociera tomaba té. La imagen de esa mujer hasta hoy desconocida para él, lo impulsó aún más en su objetivo de estudiar para ser una persona educada.
Vida dura, gente dura
No culpo a mi madre”, dice Francisco, al recordar a quien lo tuviera muy joven, abrigando sentimientos de rabia contra el padre de su bebé, los que descargaba contra el inocente hijo de ambos. “Decía que me parecía mucho a él”, agrega. Trasladándose con frecuencia por trabajo, lo dejaba con diferentes familias. Cuando él comenzaba a sentirse a gusto, lo buscaba para dejarlo nuevamente con otra familia. “Ella decía que yo no merecía nada. No tenía permitido ni mirarla a los ojos. Parecía que no quería que sea feliz”, cuenta sin amargura pero con los ojos brillosos. A su madre la consumió hace muchos años el cáncer. “Hasta el final su vida fue muy difícil”, la disculpa. Cuando lo llevó definitivamente con ella al Chaco, a la casa familiar, Francisco no soportó la tensión y violencia. Preparó su mochila con ropa y se las ingenió para llegar a Asunción en donde tenía la esperanza de sobrevivir con mayor facilidad en las calles. Cualquier cosa menos el infierno que conocía como hogar. Durante un par de meses aguantó con la comida que le daba la propietaria de un copetín, a la que ayudaba en algunas tareas de limpieza. De tardecita, tomaba su mochila e iba hasta la Terminal en donde fingía esperar algún bus para así dormir en los bancos de espera. Cuando se enteró de la existencia de un hogar para niños como él, buscó incansable durante días, “peinando” de a quince cuadras la zona.
A pesar de haberlo recibido, en Don Bosco Roga no tardaron en averiguar que no lo habían echado de la casa. Entonces le dieron dinero para el pasaje y lo mandaron nuevamente junto a su familia. Francisco fingió resignarse pero se bajó del bus a medio camino, en Concepción, y regresó a las calles de la Terminal, en donde continuó como antes. Parecía que Don Bosco no lo había escuchado. Sin embargo, un día el sacerdote encargado del hogar se cruzó con él. Sorprendido, Francisco le dijo que nuevamente lo echaron de casa. Esta vez le permitieron quedarse.
Muy chico para un instrumento tan grande
En Don Bosco Roga, Francisco se acercó a los instrumentos musicales por primera vez. Además de tomar el té y leer libros, quería tocar el más grande de ellos. “Sos muy chico para el contrabajo”, le respondieron, “mientras crecés podés tocar el violoncello”. Se resignó sin imaginar que a sus once años estaba descubriendo el instrumento que lo apartaría definitivamente de las calles y de un destino incierto.
De eso ya pasaron años. Siempre le puso ganas al estudio y se enamoró del violoncello. “A la mayoría de mis compañeros del hogar no les gustaba tanto estudiar, no eran como yo. Seguramente tuvieron vidas más duras que la mía”, señala. De los estudios en Don Bosco Roga pasó al Instituto Municipal de Arte (IMA). Con 16 años audicionó y fue admitido en la Orquesta Sinfónica de Uninorte. Al perder su condición de insolvente debió abandonar el hogar para habituarse a una vida independiente. Estudió Música en la FADA y fue parte de la Orquesta Sinfónica Nacional. Actualmente integra la OSIC. Si bien ya realizó estudios en Alemania, su sueño es poder formarse a largo plazo en el exterior. “No puedo postular a BECAL porque no incluye estudios de Arte”, responde ante la referencia al organismo estatal que beca a estudiantes de Paraguay. Actualmente se encuentra preseleccionado para integrar la Orquesta Sinfónica del Teatro Colón, en Buenos Aires.
Ir tras los sueños
La vida no es fácil pero lo importante es no quedarse quieto, saber moverse”, concluye el músico de 25 años. Y como si lo confirmara, su rol de solista en el próximo concierto de la OSIC, desafía a una de las composiciones más virtuosas y complejas de R. Schumann (1810-1856). Se trata del Concierto para violoncello y orquesta Op. 129, en La menor (Nicht zu schnell, Langsam, Sehr lebhaft), a la que el solista describe como impregnada de la locura que tiempo después impediría al gran compositor seguir creando. “Esta es una obra con la que no basta dominar la técnica. Es necesario comprender qué hay detrás de ella; todo lo que experimentaba en su interior el autor”; señala al referirse a la “bipolaridad” que nota en los bruscos cambios de ritmo en la pieza musical. Y no es casualidad que haya elegido presentarse con una composición difícil. “Con este tipo de obras uno puede audicionar en el exterior”, afirma mientras sonríe, de seguro una vez más dispuesto a cumplir sus sueños.

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