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La realidad no existe ni merece ser contada...

lunes, 5 de agosto de 2013

El "torín"

Todos atesoramos recuerdos de infancia. Esos momentos que se graban con o sin intención en la mente y el corazón. Conservo muy gratos recuerdos de varias estadías en Tobatí. Allí teníamos familia. Mi padre había pasado varios años de su infancia en aquel pueblito, y regresábamos siempre que se podía. De Tobatí recuerdo la envidia que me producía ver a los niños del lugar caminando sin zapatillas y como si nada, por las calles de tierra calcinante. Tenían los pies tan acostumbrados al calor que ya no les afectaba, y era una opción y tradición el andar descalzos.Mi primito así lo hacía.Sus pies pequeñitos estaban parecían a la medida del calor y las piedras. Las veces que habré intentado imitarlos para poder así renunciar a la categoría de citadina que necesita calzado. Pero era demasiada arena quemada para mi camioncito.
 Los bosques eran maravillosos, y el arroyo aún era limpio y disfrutable. Claro, las señoras lavaban la ropa en el arroyo y aún algunos adolescentes varones se bañaban desnudos. Para qué voy a mentir...era así, y normal... de lo más normal, por aquel entonces. 
Las idas a Tobatí eran en bus y de ahí cientas de vivencias, claro, aunque no tan espectaculares como las de aquellas épocas en las que hacían trayectos en carreta y cruzando arroyos. En comparación, lo nuestro era todo un lujo.
Recuerdo los alrededores boscosos y la antigua iglesia, muy conocida por ser hogar de la Virgen tallada por el famoso indio José, el que había tallado a la Virgencita de Caacupé, patrona espiritual del Paraguay. El indio José, luego de ser salvado milagrosamente de indígenas enemigos, cumplió su promesa de tallar una imagen de la Virgen como agradecimiento pero talló dos: una más pequeña para su culto personal, la de Caacupé, y otra más grande para culto del pueblo, la de Tobatí. Es así que ambas imágenes son consideradas hermanas. Alguna vez habremos recorrido el pasillo de rodillas y teniendo pantalones cortos, como una especie de sacrificio. El pasillo se tornaba inmenso. El aura de la Virgen, con toda esa historia medio épica, del indio salvado de sus enemigos y en plena selva, otorgaba cierta convicción en lo imposible. Las fiestas patronales también eran lo máximo, con las jineteadas y todo lo típico. Además la Semana Santa era genial. Preparábamos la chipa en el tatakua; los niños nos divertíamos haciendo los moldes, y luego asistíamos a las celebraciones religiosas de cada día. Todo parecía tan real en esos años. Jesús cargando la cruz, el lavado de los pies, tantas escenas de la biblia que de repente cobraban vida, como si atravesáramos un portal e ingresáramos a un mundo místico y mágico. Aunque luego la realidad se mostraba también. Había una sola casa con teléfono, a la que recurría todo el pueblo, y también nosotros para comunicarnos a Asunción, y unas pocas casas con televisión, que solidariamente esas familias las quitaban a la vereda para mirar tele con los vecinos.
Pero la mejor y más cruel escena de la época, la ví desde la terraza de una casa que estaba al lado del terreno en donde, con motivo de alguna festividad, se había levantado un ruedo para el "torín", la versión autóctona de las grandes fiestas taurinas de España. Sólo que en este caso, el toro estaba tan cansado que entró y se acostó en medio del ruedo. El toro flaco y agotado dormitaba en la arena, el torero, que aún pretendía gallardía y elegancia, lo irritaba a estocadas. El toro lo miraba con un ojo, mientras con el otro coqueteaba a Morfeo. Tras buen rato de ser molestado a estocadas, el toro harto se levantó y corneó al torero en la pierna. Fin del "torín". El torero fue socorrido de urgencia. Aquella vez el toro resultó vencedor.
Así eran los días en Tobatí.

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