de los treinta.
Ella quería ser
un cadáver bonito.
Ya no era
un blanco angelito,
pero podía gritarles
su juventud
-y cremas caras-
a cajón abierto.
Ella quería ser
un cadáver bonito,
con reflejos en el pelo
y cirugía en la nariz,
de rosa las mejillas
en su espectral
palidez.
Ella quería
que la llorasen
los mismos muertos;
azorados ante
la visión de
su féretro abierto,
porque eran hermosos
sus breves años,
su cadáver exquisito
como ejercicio
literario.
Era esa esquina
en la larga noche,
ese ladrón y su cómplice,
esa moto que rugía;
como esperanza perdida.
Solo miró su cartera
y esa tonta resistencia.
Le disparó a la cara,
con la precisión
del bisturí,
mató todos
sus sueños
de bonita
hasta el fin.
De réquiem,
sus mejillas
incineradas
como polvo
para la cara,
durmiendo
en una
cripta- florero;
al fin y al cabo,
mejor que
cualquier
basurero.
Quién sabe...
tal vez,
hoy la habita
un bello genio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario