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jueves, 30 de julio de 2015

El despertador

El despertador (relato)


 La jubilación trae una suerte de confusión semántica y de género. Para el hombre es difícil, ya sé. Pero a veces sospecho que para la mujer aún más. Al hombre lo jubilan del trabajo y ya. A las mujeres nos jubilan de la vida. Yo dejé de trabajar, como la mayoría, con mucha alegría. Mucho tiempo había soñado con ese momento en que el despertador descansara para siempre. Hasta había fantaseado con las cosas que le haría luego de ese último día laboral. No pude hacerle todo; claro. Era más endeble de lo que yo creía.
Pero luego pasaron los días y el despertador no volvió a interesarse en que yo me despertara. Es más, la visión de cualquier reloj desapareció de mi casa. Entonces comencé a perder la noción del tiempo. Acomodada en la cama; mi máximo anhelo durante mi vida laboral; contemplaba al principio la televisión, que con los días dejó de interesarme; fue cuando reorienté la mirada hacia la pared. Sí, en mi pared se formaban círculos muy bonitos… de colores. Tal vez te estés preguntando si alguien me habrá llamado, visitado o invitado a salir. Me veo obligada a responder con pesar que siempre fui bastante solitaria, y además, ocupada. Las personas difícilmente creerían que me encontraría en casa. De mis parientes, pues, lo poco que me quedó estaba lejos. Mi esposo hacía rato ya que había fallecido, y los hijos, ya grandes, fueron a hacer su vida; y esperaban que yo también hiciera la mía. El punto es que mi vida, la real -no la que me imaginé durante mis años laborales- esa vida se encontraba encerrada entre cuatro paredes, a las cuales debía enfrentarme y de alguna manera negociar; o morir. Lo único que tenía claro es que podía negociarlo todo, menos mi dignidad. Así fue que me decidí a observar círculos de colores superponiéndose en la pared. Cualquier cosa; antes que hacer alguna tontería pública. No quería ser la deshonra de mi familia o de mí misma. Tantos años de contenerme, de vivir para cumplir con el horario y los deberes; no merecían un final indigno; una caricatura de mí misma, aunque fuese real.
En la medida en la que uno va haciéndose grande comprende que tiene muchas cosas por contar, y, tal vez, menos por vivir. Esa visión, de alguna manera, pudiera ser desalentadora; cuando la vida se vuelve más recuerdos que sucesos del presente o esperanzas en el futuro. Sin embargo, que fuente inagotable es la memoria, cuando uno mismo se ha encargado de dotarla de cantidad de vivencias que acompañan a los días sin días, a esos días que son noches. Sí, cuando veo que soy un ente, tal vez un ser virtual, una entelequia; cuando me pregunto si existo, si existí o si siempre fui simplemente recuerdos.
Así comienza esta historia; cuando estoy aquí, en mi casa, tocando fondo. Mi primer enemigo ya fue aplastado: el despertador. Pero ¿sabés qué?, lo necesito. Necesito que suene porque a veces me pregunto si sigo viva, o si existe alguna especie de invasión de zombies y por desgracia me he convertido en uno. Necesito el despertador para recordarme que sigo viva y que las horas también pasan por mí.
Así me vi, en la misma de hace tantos años.
-Necesito un despertador.
-Sí, señora, ¿de qué tipo lo desea? Tenemos varios para ofrecerle. También radio-reloj si le gusta más…
-No, con uno que suene a despertador ya es suficiente. Uno que tenga un sonido clásico y que pueda conectarlo cada dos horas.
-La señora al parecer tiene un trabajo muy delicado.
-No, delicado no precisamente. Solo necesito que cada dos horas me recuerden que sigo viva.
Y así el reloj despertador en adelante sonó cada dos horas, para que yo tuviera constancia de que no soy un zombie y de que sigo viva.

mónica laneri

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