"La soledad es un camino sin retorno", le decía su abuelita. Para esa anciana señora la soledad consistía en no casarse. Ocurrió con algunas de sus amigas con menor suerte que ella, quien había sido bendecida con el borracho, golpeador y mujeriego de su abuelo. De todos modos, su "abu" se sentía afortunada y como sentía pena por sus amigas caídas en desgracia, oraba siempre por ellas aunque no se veían infelices. Bueno, oró hasta que cumplieron treinta, luego de eso, quién iba a querer casarse con ellas! con mas de treinta, según su abuela, ya no servían para tener hijos.
"La soledad es un camino sin retorno", se decía parafraseando a su abuelita pero con una extraña sonrisa en el rostro. No al modo resignado ni melancólico. Al contrario, era al modo de cargar las bolsas del súper en dirección a su departamento en donde la esperaban. LLegó, abrió la puerta y dejando las bolsas gritó: "Hombre de la casa!!, vení que te traje algo que te va a gustar". Desperezándose desde detrás de la puerta del dormitorio apareció un gato. Ella sonrió aún más. "Ya sé que no es lo que esperabas, abuelita", dijo mirando hacia arriba, "pero te juro que este hombrecito me hace muy feliz".
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