Mayo 17,
2008
Se consideraba muy campesina. Había crecido en Coronel Bogado, una localidad
del interior del Paraguay. Allí habían nacido sus padres, allí había nacido
ella. A los once años, junto con su familia, llegaba a la capital, Asunción. Muy joven Graciela se casó y se mudó con la familia de su esposo. Con solo 17 años no sabía que se adentraba a las experiencias más increíbles de toda su vida.
La vivienda de
la nueva familia política de Graciela, era muy antigua. Había pertenecido
a una conocida familia italiana de apellido Pozzi; dedicada a la fabricación de
baldosas. Cuando se mudó a la casa de su suegra; la construcción consistía en una
quinta que ni siquiera tenía los caminos normales de salida. Eran los conocidos
“tape po’i” o caminitos. Para llegar a los caminos grandes, se atravesaba las
casas de los vecinos hasta alcanzar la calle principal. En aquel entonces, la
gente caminaba mucho hasta el centro de Asunción o el mercado.
Graciela era jovencita y no conocía acerca de fantasmas
pero la dueña de casa, su cuñada y otros miembros de la familia ya vivieron experiencias con los misteriosos habitantes de las dimensiones desconocidas.
La familia tenía un tambo y las mujeres se levantaban muy temprano; a eso de
las tres de la madrugada, para ordeñar a las vacas. Luego de la tempranera tarea,
correspondía despachar la leche recién ordeñada.
A pesar de
todo el trabajo desde la madrugada; en muchas noches no lograban conciliar el sueño; porque no los
dejaban los extraños movimientos de la casa.
En aquella
época, en Paraguay era normal dormir con las puertas y ventanas abiertas. Por
un lado, existía mayor seguridad, y por el otro, no existían ventiladores ni
acondicionadores de aire, como ahora. En esas
jornadas nocturnas cuando las mujeres pasaban en vela,
ellas sentían que les arrojaban cocos y que se producían movimientos alrededor. En otras
ocasiones escuchaban ruidos de la cadena que conducía al balde hasta el fondo
de un pozo artesiano de 25 metros de profundidad. Esas veces; todos los escuchaban y corrían a defender el balde, antes de que cayera al fondo del
pozo. No obstante, al llegar se daban cuenta de que
el balde se encontraba intacto y el pozo profundamente dormido.
Con el
tiempo, aún las más extrañas manifestaciones se volvieron normales para los habitantes de la propiedad. Dedicados a sus labores cotidianas no tenía mucho tiempo ni interés
en averiguar qué misterioso ser o seres se dedicaban a asustarlos y a gastarles
desafortunadas bromas.
Al parecer,
los recelosos espíritus sintieron un especial interés hacia Graciela,
desde el momento en que ella llegó al hogar como una joven recién casada. Las
anécdotas familiares no superaban los ruidos y movimientos, en cambio para ella era apenas el principio del extraño relacionamiento con él o los
espíritus.
Cuando la
familia de su esposo se mudó, Graciela decidió quedarse. A partir de entonces;
comenzó a sentir pisadas. Aparentaba como si alguien caminara arrastrando los pies, en especial hacia el dormitorio. Cuando escuchaba que se
acercaba a la cama; encendía el velador. En ese momento escuchaba un
ruido como si alguien saltara desde la ventanita del dormitorio, que era una
especie de tragaluz. En esas ocasiones, escuchaba un ruido inmenso, como que se
rompían los vidrios de la ventana, y que alguien saltaba del otro lado. Finalmente;
al acercarse a la ventana, como en los casos anteriores comprobaba que
continuaba intacta.
Las
manifestaciones siempre se daban en horas de la noche. Existían temporadas en
las que él o los espíritus se encontraban particularmente inquietos. Sin
embargo; también existían días de absoluta calma. Una de las noches previas a la
Semana Santa; para Graciela, dormir fue imposible. Toda la noche escuchó
pisadas.
Pero esa no
fue toda su experiencia. Muchas veces sintió que alguien trepaba y agitaba el
árbol. A veces escuchaba susurros como si varias personas conversaran. Cuando
eso ocurría, se aseguraba de que nadie estuviera por la casa,
pues sentía como si hubiera gente en el patio. Todas esas veces; al encender
la luz comprobaba que una vez más los espíritus le jugaban una mala pasada.
Pese a que era la preferida de los espíritus; otras personas también
experimentaban los extraños movimientos. Al quedar
sola y más aún después del temprano fallecimiento de su esposo, comenzó a arrendar cuartos, para sentirse acompañada y ganar un
poco de dinero. Algunos inquilinos no le duraban mucho. Los movimientos de la
casa los asustaban y en ciertos casos, hasta espantaban.
Uno de ellos duró especialmente poco. Se fue porque no aguantaba los ruidos y
mucho menos las apariciones en las que veía a un perro blanco. Algunos eran más sensibles que otros a los
espíritus y percibían con mayor vehemencia los ruidos en la puerta; como si
contra ella se arrojaran piedras o cocos, o como si caminaran a lo largo del techo.
Los
espíritus se manifestaban a Graciela cuando se encontraba sola. Quienes conocían
su casa presumían que allí estaba enterrado algún tesoro desde la época de la
Guerra Grande. A pesar de
tantas vivencias extrañas, prefirió dejar las cosas tal como estaban y,
simplemente, imaginar cuántas maravillas albergaría el suelo de su propiedad. La
mujer eligió protegerse de la codicia y las maldiciones. La sabiduría popular
sostenía que si alguien moría desenterrando un tesoro sería porque en realidad no
le pertenecía. Así que Graciela prefirió quedarse con la duda... y con la historia.
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