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viernes, 7 de julio de 2017

Los fantasmas del tesoro escondido


Mayo 17, 2008
  
Se consideraba muy campesina. Había crecido en Coronel Bogado, una localidad del interior del Paraguay. Allí habían nacido sus padres, allí había nacido ella. A los once años, junto con su familia, llegaba a la capital, Asunción.  Muy joven Graciela se casó y se mudó con la familia de su esposo. Con solo 17 años no sabía que se adentraba a las experiencias más increíbles de toda su vida. 
La vivienda de la nueva familia política de Graciela, era muy antigua. Había pertenecido a una conocida familia italiana de apellido Pozzi; dedicada a la fabricación de baldosas. Cuando se mudó a la casa de su suegra; la construcción consistía en una quinta que ni siquiera tenía los caminos normales de salida. Eran los conocidos “tape po’i” o caminitos. Para llegar a los caminos grandes, se atravesaba las casas de los vecinos hasta alcanzar la calle principal. En aquel entonces, la gente caminaba mucho hasta el centro de Asunción o el mercado.
Graciela era jovencita y no conocía acerca de fantasmas pero la dueña de casa, su cuñada y otros miembros de la familia ya vivieron experiencias con los misteriosos habitantes de las dimensiones desconocidas.
La familia tenía un tambo y las mujeres se levantaban muy temprano; a eso de las tres de la madrugada, para ordeñar a las vacas. Luego de la tempranera tarea, correspondía despachar la leche recién ordeñada.
A pesar de todo el trabajo desde la madrugada; en muchas noches no lograban conciliar el sueño; porque no los dejaban los extraños movimientos de la casa.
En aquella época, en Paraguay era normal dormir con las puertas y ventanas abiertas. Por un lado, existía mayor seguridad, y por el otro, no existían ventiladores ni acondicionadores de aire, como ahora. En esas jornadas nocturnas cuando las mujeres pasaban en vela, ellas sentían que les arrojaban cocos y que se producían movimientos alrededor. En otras ocasiones escuchaban ruidos de la cadena que conducía al balde hasta el fondo de un pozo artesiano de 25 metros de profundidad. Esas veces; todos los escuchaban y corrían a defender el balde, antes de que cayera al fondo del pozo. No obstante, al llegar se daban cuenta de que el balde se encontraba intacto y el pozo profundamente dormido.
Con el tiempo, aún las más extrañas manifestaciones se volvieron normales para los habitantes de la propiedad. Dedicados a sus labores cotidianas no tenía mucho tiempo ni interés en averiguar qué misterioso ser o seres se dedicaban a asustarlos y a gastarles desafortunadas bromas.
Al parecer, los recelosos espíritus sintieron un especial interés hacia Graciela, desde el momento en que ella llegó al hogar como una joven recién casada. Las anécdotas familiares no superaban los ruidos y movimientos, en cambio para ella era apenas el principio del extraño relacionamiento con él o los espíritus.
Cuando la familia de su esposo se mudó, Graciela decidió quedarse. A partir de entonces; comenzó a sentir pisadas. Aparentaba como si alguien caminara arrastrando los pies, en especial hacia el dormitorio. Cuando escuchaba que se acercaba a la cama; encendía el velador. En ese momento escuchaba un ruido como si alguien saltara desde la ventanita del dormitorio, que era una especie de tragaluz. En esas ocasiones, escuchaba un ruido inmenso, como que se rompían los vidrios de la ventana, y que alguien saltaba del otro lado. Finalmente; al acercarse a la ventana, como en los casos anteriores comprobaba que continuaba intacta.
Las manifestaciones siempre se daban en horas de la noche. Existían temporadas en las que él o los espíritus se encontraban particularmente inquietos. Sin embargo; también existían días de absoluta calma. Una de las noches previas a la Semana Santa; para Graciela, dormir fue imposible. Toda la noche escuchó pisadas.
Pero esa no fue toda su experiencia. Muchas veces sintió que alguien trepaba y agitaba el árbol. A veces escuchaba susurros como si varias personas conversaran. Cuando eso ocurría, se aseguraba de que nadie estuviera por la casa, pues sentía como si hubiera gente en el patio. Todas esas veces; al encender la luz comprobaba que una vez más los espíritus le jugaban una mala pasada.
Pese a que era la preferida de los espíritus; otras personas también experimentaban los extraños movimientos. Al quedar sola y más aún después del temprano fallecimiento de su esposo, comenzó a arrendar cuartos, para sentirse acompañada y ganar un poco de dinero. Algunos inquilinos no le duraban mucho. Los movimientos de la casa los asustaban y en ciertos casos, hasta espantaban.
Uno de ellos duró especialmente poco. Se fue porque no aguantaba los ruidos y mucho menos las apariciones en las que veía a un perro blanco.  Algunos eran más sensibles que otros a los espíritus y percibían con mayor vehemencia los ruidos en la puerta; como si contra ella se arrojaran piedras o cocos, o como si caminaran a lo largo del techo.
Los espíritus se manifestaban a Graciela cuando se encontraba sola. Quienes conocían su casa presumían que allí estaba enterrado algún tesoro desde la época de la Guerra Grande. A pesar de tantas vivencias extrañas, prefirió dejar las cosas tal como estaban y, simplemente, imaginar cuántas maravillas albergaría el suelo de su propiedad. La mujer eligió protegerse de la codicia y las maldiciones. La sabiduría popular sostenía que si alguien moría desenterrando un tesoro sería porque en realidad no le pertenecía. Así que Graciela prefirió quedarse con la duda... y con la historia.

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